Seamos serios. ¿De verdad alguien piensa, sobre todo después de ver los volatines que las autoridades competentes (o no tanto) están dando para orillar un incumplimiento formal griego, que es contemplable una suspensión de pagos de uno de los “toobig to fail” europeos? No es un escenario justificable, ni siquiera tras las dudas posteriores a unas pruebas de estrés bancario que no han convencido a nadie.
El problema al que nos enfrentamos tras la socialización masiva del riesgo privado es aquél sobre el que hemos machacado aquí una y otra vez, o sea, lo difícil que es amputar gasto sin afectar a un crecimiento básico para poder pagar las deudas que uno tiene.
Cada día parece más claro que la jugada final en esta, la gran crisis de la que avisó Friedman, es una de dos: eurobonos o desdoblamiento del euro.
Los eurobonos representan la solución de los europeístasortodoxos, los cuales llevan reclamándola desde el principio como salida que preserva el edificio del euro sin tirar ni levantar tabiques. Claro que también es la solución de los gorristas, encantados de continuar con el régimen de transferencia de recursos alemanes que supondría la asunción de la responsabilidad de países individuales con sus deudores por parte del área entera vía compra de deuda periférica y emisión de deuda de la eurobanda entera.
Lógicamente, los paganos no están por la labor si no se establece al tiempo un órgano común de política fiscal que fiscalice los actos y compromisos de los gobiernos. E igual, los beneficiarios de un potencial eurobono no están por la labor de pagar el gesto con una pérdida absoluta de soberanía. Queda, pues, la segunda solución, la de la separación del euro en dos grupos, en un esfuerzo transitorio de recuperación de competitividad, algo que parecía idiota cuando uno lo sugería hace algún tiempo y que ahora es contemplado por comentaristas de lo más serio.
¿Impensable? Hasta cierto punto. Recuerden que lo de las dos velocidades era un escenario plausible desde el principio de los tiempos del euro, antes de que los periféricos nos colásemos en la fiesta de los pata negra con esfuerzos económicos y creatividad contable. Naturalmente, si un movimiento de estas características llegara a producirse, se haría con nocturnidad y alevosía para evitar una huida masiva de depósitos del área “euro barato” al área “eurocaro”.
Así pues, no esperen ni una pista por parte de los que mandan. Si acaso alguna elucubración en los medios del Munchau de turno, eurobonista convencido, que ya pone la posibilidad de una escisión, ordenada o no, en el 50%, o algún informe como el de HSBC, en el que dada la cotización actual del euro se fantasea con un “euro barato” en paridad con el dólar y un “euro caro” a 1,85.
Y los mercados, ¿qué dicen? Hora de hacer malabares aritméticos. Tomando la cotización de los bonos a cinco años españoles (el ejercicio no varía grandemente en el caso de Italia), contemplando una ligera aunque típica pasada de frenada del “euro barato” por debajo de paridad y utilizando el prestigioso método del ojo del buen cubero, la depreciación del bono en términos de “euro compuesto” tras la escisión sería equivalente a considerar un impago con tasas de recuperación del 70% (sin constituir la escisión un evento de crédito, ojo). Incorporando el 24% de probabilidad de impago implícita en los CDS (con tasas de recuperación del 40%), obtendríamos una probabilidad de escisión de alrededor del 15%, bien lejos de la estimación de Munchau y de la de un servidor. Redondeando: 25% impago, 15% escisión, 60% eurobono.
Escribo estas líneas antes de la euro-reunión de hoy, la cual sin duda variará estas probabilidades. Hagan sus apuestas. Yo, para que no se diga y para que en un futuro me los puedan tirar a la cara, les dejo mis porcentajes: 5%, 55% y 40%, y su efecto en el bono español a cinco años: sobrevaloración de un 5%. Demasiado pesimista sobre la capacidad de un grupo heterogéneo de gobernantes para ponerse de acuerdo en la opción más constructiva, supongo. En fin, juegos de números para pasar el rato mientras llueve.
Buen resto de verano a todos, y tengan cuidado ahí fuera.
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En fin, han sido seis meses engañosos que han dado para que don José Blanco, el mismo que veía conspiradores en cada página color salmón, tratara al líder de “salvador del euro” y para que doña Elena Salgado afirmase hace sólo unos días (¡qué tino, madre mía!), que el diferencial con Alemania probaba que no había contagio. Vamos, que una vez más, España no era Grecia, ni Irlanda, ni Portugal. Pero ya dijimos en su momento que no era cuestión de ser, sino de parecer.
Ahora nos va tocando estar en el lado malo de las comparaciones. A base de cerrar los ojos mientras subía la marea, nos encontramos con el agua al cuello y el foco de preocupación ha pasado a los pies mojados de los italianos. En un proceso que hemos visto desde el lado bueno, analistas y políticos empiezan a tratar de poner distancia entre los males españoles y las “virtudes” italianas. De la misma forma que se agitaba el mayor tamaño de la economía o la menor bancarización española con respecto a Irlanda, hoy en Italia se apela a lo limitado de los déficits presupuestarios a pesar del alto nivel de deuda pública y a los repetidos superávits primarios, impensables en España. También cuentan con una elevada tasa de ahorro y con una posición inversora neta sensiblemente menos desfavorable que la española. Ambos factores, en pura teoría y a la japonesa, deberían redundar en una limitada dependencia del capital extranjero. Por otro lado, la deuda privada es cinco veces menor que la nuestra, la tasa de desempleo es menos de la mitad y la exposición de los bancos italianos a los mercados periféricos es limitada.
¿Le servirá de algo a Italia jugar al juego de las diferencias si llegamos a ahogarnos y ellos ven cómo el agua turbia del rescate inminente o algo peor les abraza la cintura? Es dudoso, por mucho que se 'desberlusconicen'. Este es un proceso circular de profecías autocumplidas. La rentabilidad de la deuda refleja, entre otras cosas, la posibilidad de un impago, impago que depende de la sostenibilidad de las cuentas públicas, la cual depende del pago de los intereses de una deuda gigante. Es decir, que si al mercado le resulta rentable no creer en tus posibilidades, venderá tu deuda, encareciendo tu financiación y hurtando cualquier posibilidad real de salvación. Y los mandamases europeos han hecho todo lo posible en este semestre maldito (haciendo poco y mal) para que nadie crea ya en nadie.
A la hora de lanzar mensajes a favor de la salvaguarda del euro como construcción cuasipolítica se exaltan las ventajas de la unión en un mundo global. Nos hubiera ido mejor a los periféricos si nos hubiéramos aplicado el cuento a nosotros y desde el principio. El “divide y vencerás” alemán nos está haciendo fosfatina. Por separado. Lástima que uno se dé cuenta sólo cuando estira el cuello para que el agua no le inunde los pulmones. Demasiado tarde, señor Presidente. Y gracias por la ayudita, señor Opositor. Gran sentido de Estado el de los dos.
Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.
]]>El prestigio de la curva de tipos como indicador proviene de su efectividad para predecir recesiones. Así, en gruesos trazos, mientras la parte corta de la curva señaliza la posición del mercado respecto a política monetaria presente e inminente, la parte larga incorpora perspectivas de inflación y tipos de interés reales a largo plazo, ambos positivamente relacionados (en general) con el crecimiento real. Una curva plana o invertida, entonces, será señal de unas expectativas pesimistas de crecimiento, incrementando las posibilidades de recesión.
Algunos escépticos dudan de su validez en las últimas décadas, citando como una curva plana dio sustos en el 95 y 98 que no se materializaron en una recesión. Puede ser, pero cuesta no aferrarse a este indicador viendo como en marzo de 2006 la Reserva Federal de Cleveland avisaba de que la curva daba una posibilidad del 38% de recesión (55% si se utilizaban datos posteriores a 1990), muy por encima del 14%, que es la proporción de tiempo que la economía norteamericana ha estado en recesión desde 1960. Perdíamos altura, fallaban los instrumentos y en el cuadro de mandos una de las pocas luces que se encendía era la de la curva de tipos. Una pena que Bernanke, por aquellas mismas fechas, encontrase poderosas razones para no fiarse de ella. Entre una señal de problemas futuros y un mero ajuste técnico en la prima temporal como explicaciones posibles de unos tipos a largo plazo anormalmente bajos, eligió éste y desprecio aquélla. La reducción histórica de la volatilidad en la inflación, el papel de los exportadores asiáticos, inversores en papel del Tesoro americano a largo plazo, la nueva regulación de los fondos de pensiones y la escasez de oferta de papel frente a la mayor demanda le sirvieron como argumentos sustentadores de la hipótesis del ajuste técnico. Eran razones sólidas, pero se equivocó. Trágicamente.
Hoy la curva apunta, si no a una recuperación sostenida (el expediente del indicador es menos brillante en este aspecto), si a una muy baja posibilidad del temido “doble bajón”. Hoy, como ayer Bernanke, los que somos de natural apocalípticos y los que lo son un poco menos estamos tentados de recurrir a factores excepcionales (quantitative easing, delicada posición fiscal...) para reivindicar que esta vez es diferente, que los tipos a largos reflejan el incremento de inflación necesario para depreciar en términos reales los ingentes compromisos públicos, incremento no ligado pues a un crecimiento futuro, y los mayores tipos reales exigidos ante el miedo a un remoto (pero no imposible) impago. Mirando los tipos reales implícitos en el mercado de TIPS (bonos teóricamente protegidos contra la inflación), el bajo nivel del tipo a diez años justificaría el factor estagflacionario, y el alto diferencial entre éste y el tipo a cinco años el de la pérdida de estatus “libre de riesgo” de los bonos americanos y la posibilidad de apuros a medio plazo.
Dicho esto, me basta con releer el discurso de Bernanke en aquel no tan lejano 2006 para desconfiar de mis razones. Buen antídoto contra las propias certezas. Doscientos treinta puntos básicos entre el tres y el diez años son muchos puntos como para ponerse el cartelón de “el fin del mundo está cerca” y echarse a la calle pidiendo el arrepentimiento de todo pecador que pase por delante.
Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.
]]>Es cierto que llevan tiempo dormidos en los laureles, pero es difícil luchar contra los elementos, en forma de terremoto que mata a 25.000 personas y te deja las líneas de montaje hechas unos zorros, y de repetidas intrusiones en sus portales de juegos y entretenimiento online, intrusiones que forzaron a su prolongado cierre y causaron además de lucro cesante una pérdida reputacional difícilmente subsanable.
No menos cierto es que si no puedes curar, debes ser lo suficientemente inteligente como para prevenir lo que se te pueda venir encima. Por ejemplo, ¿quién te manda meterte con hackers imberbes, por mucho que te hayan modificado la consola para que puedan meterse juegos de terceros? ¿Es que no has aprendido de tus errores tratando de ponerle puertas al campo del “pirateo” musical? ¿No sabes a estas alturas que ganar una batalla judicial, haciendo que los federales le confisquen al muchacho Holz sus ordenadores y lo destwiteen y despaypaleen, es acelerar la derrota en una guerra que no puedes ganar?
Debe de ser la cosa generacional, el síndrome del cuarentón aferrado a paradigmas que conoce y fatalmente sorprendido por lo que no podía imaginar. Si no, no se entiende la negligencia de los directivos Sony o la de tantos otros en parajes más familiares.
El agonizante 15-M, que a eso voy. ¡Con qué condescendencia ha sido tratado por los mayores del lugar! Algún apoyo del abuelo enrollado que echa de menos su propia mocedad, alguna queja de padre levemente enfadado (¡córtate esa melena y dúchate, hombre!) y mucha, mucha comprensión y consejo no solicitado. Es el tratamiento que merecen estos chicos buenos, que mira que organizadito lo tenían todo, tiernos en su montaje de comisiones, cosas de la juventud. Un mini mayo del 68 asumible por los que ya incorporaron ese mito a lo aceptable. Y que sí, que cambien las cosas, pero no demasiado, no sea que me subviertan la pensión, y eso sí que nanay.
Y mientras, a Anonymous, la cara menos amable de la indignación, ni agua. “Detenidos los tres responsables de la organización de hackers Anonymous en España”, titulaba El Confidencial hace una semana. ¿La cúpula de una organización sin cúpula, los responsables de ataques que, en realidad, requieren de la participación de decenas de miles de individuos a los que basta con descargarse un software que les permite sumarse al ataque de denegación de servicio que convenga a sus apetencias, exigencias éticas o llámelo usted equis (MasterCard, Sony, sí, Sony, o quien sea)? ¿Comparables a al Qaeda? ¿Albergando intenciones proetarras? Lejos de mí dudar de la buena fe del establishment, pero suena a la manufactura de una historia de terror asumible por los maduritos babyboomers, que aún no nos hemos enterado de por dónde sopla el viento y que tenemos más miedo que vergüenza.
Todavía nos enternece la perrofláutica exhibición de Sol y nos divierten los flash mobs recreativos o esas fiestas de cumpleaños salidas de madre por obra y gracia de Facebook. ¿Sí? Pues nos vamos a reír.
Esta gente está enfadada, y con razón. Son la gran minoría estafada, aquellos que creen haber visto como, gracias a nuestra superioridad numérica, hemos aprovechado los mecanismos democráticos para fundirnos el patrimonio futuro (total, hace tiempo que decidimos dejar de tener hijos). El nuestro y el suyo. Son los que no se creen representados por los que nos representan, y han decidido, uno por uno, hacernos guerra de guerrillas incruenta, pero letal, desde su pupitre bien conectado (¿tú crees que éstas son formas, jovencito?)
Cuando escribo estas líneas está en marcha la última de Anonymous. Objetivo: mi queridísimo Bernanke, a quien tantas entradas he dedicado. Cargos: socialización salvaje del riesgo privado, manipulación de mercados y dejación de deberes en beneficio de lobbies bancarios y otra fauna similar.
Malas maneras las de estos jovenzuelos sobradamente competentes, pero qué buenos motivos, pardiez. No está en mi ánimo hacer apología de nada. Sólo espero que los de la generación chiripitifláutica seamos capaces de ser un poco más listos que los de Sony en nuestros tratos con ellos. Por la cuenta que nos trae. En cuanto a los quejosos, aportar alguna solución no completamente utópica ayudaría bastante.
Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.
]]>Como gente educada que son, los del Fondo comienzan alabando las reformas durante el último año en materias bancaria, laboral y fiscal, resaltando su positivo efecto en la confianza de los agentes no sólo hacia España, sino hacia todo el área euro. Muy benevolentes ellos, considerando los paños calientes empleados en la restructuración de las cajas, la letra pequeña en las medias laborales y la manga ancha con los desmanes de ciertas Comunidades. Pero, en fin, se entiende como preámbulo elegante antes de meterse en harina para realizar un diagnóstico cuando menos preocupante. Según el FMI crecemos, pero lo hacemos de manera anémica. Hay cierto ajuste de costes y salarios y exportamos, luego existimos. Poco consuelo para un desempleo estratosférico, una inflación por encima de la media y unos costes de financiación altos y volátiles. El resultado es que podemos aspirar a un crecimiento no superior al 2% a medio plazo si no hay baches en el camino que nos hagan descarrilar.
Sigue al diagnóstico una serie de recomendaciones que se resumen en “más de lo mismo”, en un tono genérico que huele a rutina y a cierta desesperanza. Y es que la capacidad de crecimiento es la pieza del puzzle de la que menos nos hemos ocupado y la que puede acabar trayéndonos el disgusto que tratamos de evitar y que algún ilustre colega nos pone a la vuelta de la esquina. Un 2% no nos va a sacar del apuro, por mucho que endosemos Bankia al inversor privado y limitemos el dispendio autonómico. Por un lado, la ley de Okun en versión cañí apunta a la necesidad de lograr crecimientos de alrededor del 3% para crear empleo. Si no queremos que aumente el vivero de indignados capaces de paralizar cualquier reforma à la FMI, ése es el nivel mínimo al que deberíamos aspirar. Por otra parte, para dar garantías de estabilización de la ratio de deuda sobre PIB, y considerando lo difícil que va a ser que la población acepte un superávit primario de cierta talla, o nos montamos en una potencial inflación persistentemente elevada en Europa o confiamos en un incremento del denominador de la ratio a base de crecimiento. Para ello, deberíamos estar pidiendo a quienes mandan en nuestros mercados preferentes, que son precisamente quienes más se juegan en este envite, vía la exposición de sus bancos a nuestros males, un esfuerzo particular en el fomento del consumo interno y un mimo en el trato a los exportadores ibéricos. Desgraciadamente, ni presupuestos ni pepinos permiten proyecciones optimistas a este respecto.
Nos tienen encamados, con respiración asistida. Si atendemos a sus palabras, harán lo posible por ayudar a que nuestro organismo nos permita salir adelante. Si lo hacemos a sus hechos, en el momento en que acaben de construir un cortafuegos que limite el riesgo sistémico de un tropezón español, desenchufarán la máquina (por cierto, otra vez estamos con bancos completamente dependientes de la financiación del BCE).
Lo peor es que, víctimas de lo urgente, pasarán años antes de que podamos atender a lo importante. Malos tiempos estos.
Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.
]]>No menos cierto es que si no puedes curar, debes ser lo suficientemente inteligente como para prevenir lo que se te pueda venir encima. Por ejemplo, ¿quién te manda meterte con hackers imberbes, por mucho que te hayan modificado la consola para que puedan meterse juegos de terceros? ¿Es que no has aprendido de tus errores tratando de ponerle puertas al campo del “pirateo” musical? ¿No sabes a estas alturas que ganar una batalla judicial, haciendo que los federales le confisquen al muchacho Holz sus ordenadores y lo destwiteen y despaypaleen, es acelerar la derrota en una guerra que no puedes ganar?
Debe de ser la cosa generacional, el síndrome del cuarentón aferrado a paradigmas que conoce y fatalmente sorprendido por lo que no podía imaginar. Si no, no se entiende la negligencia de los directivos Sony o la de tantos otros en parajes más familiares.
El agonizante 15-M, que a eso voy. ¡Con qué condescendencia ha sido tratado por los mayores del lugar! Algún apoyo del abuelo enrollado que echa de menos su propia mocedad, alguna queja de padre levemente enfadado (¡córtate esa melena y dúchate, hombre!) y mucha, mucha comprensión y consejo no solicitado. Es el tratamiento que merecen estos chicos buenos, que mira que organizadito lo tenían todo, tiernos en su montaje de comisiones, cosas de la juventud. Un mini mayo del 68 asumible por los que ya incorporaron ese mito a lo aceptable. Y que sí, que cambien las cosas, pero no demasiado, no sea que me subviertan la pensión, y eso sí que nanay.
Y mientras, a Anonymous, la cara menos amable de la indignación, ni agua. “Detenidos los tres responsables de la organización de hackers Anonymous en España”, titulaba El Confidencial hace una semana. ¿La cúpula de una organización sin cúpula, los responsables de ataques que, en realidad, requieren de la participación de decenas de miles de individuos a los que basta con descargarse un software que les permite sumarse al ataque de denegación de servicio que convenga a sus apetencias, exigencias éticas o llámelo usted equis (MasterCard, Sony, sí, Sony, o quien sea)? ¿Comparables a al Qaeda? ¿Albergando intenciones proetarras? Lejos de mí dudar de la buena fe del establishment, pero suena a la manufactura de una historia de terror asumible por los maduritos babyboomers, que aún no nos hemos enterado de por dónde sopla el viento y que tenemos más miedo que vergüenza.
Todavía nos enternece la perrofláutica exhibición de Sol y nos divierten los flash mobs recreativos o esas fiestas de cumpleaños salidas de madre por obra y gracia de Facebook. ¿Sí? Pues nos vamos a reír.
Esta gente está enfadada, y con razón. Son la gran minoría estafada, aquellos que creen haber visto como, gracias a nuestra superioridad numérica, hemos aprovechado los mecanismos democráticos para fundirnos el patrimonio futuro (total, hace tiempo que decidimos dejar de tener hijos). El nuestro y el suyo. Son los que no se creen representados por los que nos representan, y han decidido, uno por uno, hacernos guerra de guerrillas incruenta, pero letal, desde su pupitre bien conectado (¿tú crees que éstas son formas, jovencito?)
Cuando escribo estas líneas está en marcha la última de Anonymous. Objetivo: mi queridísimo Bernanke, a quien tantas entradas he dedicado. Cargos: socialización salvaje del riesgo privado, manipulación de mercados y dejación de deberes en beneficio de lobbies bancarios y otra fauna similar.
Malas maneras las de estos jovenzuelos sobradamente competentes, pero qué buenos motivos, pardiez. No está en mi ánimo hacer apología de nada. Sólo espero que los de la generación chiripitifláutica seamos capaces de ser un poco más listos que los de Sony en nuestros tratos con ellos. Por la cuenta que nos trae. En cuanto a los quejosos, aportar alguna solución no completamente utópica ayudaría bastante.
Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.
]]>Hagamos memoria. Hace dos años y medio, los más reputados comentaristas auguraban para los británicos una crisis cambiara de proporciones apocalípticas. Encontraban preocupantes paralelismos con la situación islandesa, basándose en la no pertenencia a la entonces percibida como protectora área euro, la exposición internacional del sector bancario, la limitada capacidad fiscal y la posesión de una divisa que no es moneda de reserva internacional. Un año después, seguían las voces autorizadas con sus terribles predicciones. Ferguson, por ejemplo, incluía a Irlanda en la odiosa comparación, mientras Standard and Poors amenazaba con privar de la dorada triple A al rating de la deuda británica. Eran tiempos en los que el gobierno laborista argumentaba, como tantos otros, que las medidas de austeridad matarían el crecimiento y que de este embrollo habría que salir a golpe de estímulo.
Y llegó Cameron.
Y, a contrapelo, se embarcó en un programa de recortes del que ya hablamos aquí como un experimento que contrastaba con la aproximación americana al asunto. Un presupuesto casi de guerra pergeñado por un gobierno valiente que se sentía legitimado por su victoria electoral y que estuvo dispuesto a aguantar la presión en la calle de aquellos que se sintieron perjudicados por los recortes. Igualito que aquí, vamos.
El resultado es, tal como se esperaba, doloroso. Los últimos seis meses, la economía de Reino Unido no ha crecido ni un poquito. Cero. Y encima han tenido que sufrir, como todos, el repunte en la inflación derivada de las alzas en los precios de las materias primas, hasta el punto que las últimas cifras de IPC más que doblan el objetivo de Banco de Inglaterra (así que, un año más, le tocará a Mervyn King escribir su carta dando explicaciones).
El fantasma de la estagflación y la difícil situación fiscal deberían haber bastado para excitar el apetito de los tiburones que andan a la caza de economías en problemas. Sin embargo, desde los bajos alcanzados tras las elecciones, la libra ha ganado en este último año un 7% contra el euro y un 13% contra el dólar, y su bono a diez años ha reducido el diferencial en 10 puntos básicos contra el americano y en 75 contra el alemán. No sólo eso; ahora las agencias de rating adoran lo que antes detestaban, y el FMI se deshace en elogios hacia los gobernantes británicos, sugiriendo, como mucho, recortes impositivos a corto plazo para mitigar el dolor.
La suya no es una situación ideal, pero mejor que la de otros que yo me sé, que sólo son capaces de tirar de bisturí cuando los mercados los ponen al borde mismo del rescate. Ahora que soplan aires nuevos por estos yermos parajes, ¿serán capaces lo que lleguen de moverse contra corriente, siguiendo el ejemplo de sus conmilitones ingleses? Los primeros indicios no son esperanzadores.
Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.
]]>Afortunadamente para los participantes en este bonito juego, Bernanke dio otra vuelta de tuerca y se embarcó en el QE2, interesante distracción que pospuso el inevitable momento en que el asunto griego volvería para quitarnos el sueño, momento que llega ahora, cuando se atisba el fin de la segunda tanda de “facilitación cuantitativa” (léase “impresora de billetes”).
Porque si en teoría esto del QE iba a servir para revitalizar el mercado de crédito descargando del balance bancario activos peliagudos y bla, bla, bla, el resultado, bastante más modesto, ha sido este:
Eso sí, puede que el crédito no se haya recuperado, pero lo que no se puede negar es que tanto dólar creado ha sido una fiesta (en términos nominales) para los activos financieros, desde los contratos sobre materias primas al S&P. Pero toda fiesta se acaba, y así sufren al unísono la plata y el diferencial del bono español con el alemán, qué se le va a hacer. El caso es que volvemos a centrarnos en las euromiserias y en la especulación sobre el futuro de la unión monetaria.
De considerar una rotura como casi una imposibilidad metafísica hemos pasado a evaluar las posibilidades de una salida de los países en mayores dificultades, léase Grecia como avanzadilla, con los otros tres cerditos detrás (“soplaré, soplaré y vuestra economía de paja derribaré”) y con la reciente e inquietante incorporación de Italia, contagio definitivamente inasumible.
En ese sentido, se invocan precedentes históricos, en particular la Unión Latina, intento decimonónico de comuna monetaria europea. Se nos recuerda que esta unión fracasó en su día por culpa del déficit italiano, y que podría ocurrir otro tanto, como el cada día más imprescindible Kike Vázquez nos viene recordando con regularidad.
No se subraya, en cambio, que aunque la Unión Latina murió de manera práctica antes de que se acabara el siglo, fue mantenida con respiración artificial hasta 1927. La razón no es otra que el proceso de exportación de monedas de bajo contenido en plata de los países deficitarios a los económicamente más robustos. Una descomposición de la unión hubiera causado un descalabro entre los tenedores alemanes de monedas italianas. ¿Les suena?
Dejémonos de grandilocuencias y grandes ideales, que hemos chocado con un iceberg y sálvese quien pueda, y las mujeres y los bancos alemanes primero. Si uno está verdaderamente interesado en la supervivencia de una unión con ramificaciones políticas no juega a apretarse el cinturón fiscal cuando los que necesitan revertir los flujos comerciales contigo más lo necesitan.
Tampoco debilita la posición del banco central colocándole a mansalva bonos defectuosos (el equivalente de las monedas italianas del XIX). A menos, claro, que de lo que se trate es de ganar el mayor tiempo posible para deshacer la posición de los bancos de uno (un 10% en los últimos seis meses en el caso alemán con respecto a su exposición a los PIGS) y que luego un Southern European Central Bank (presidido por un italiano, que al fin y al cabo va a ser su banco central) con el balance repleto de bonos de los países a los que representa se las arregle como pueda.
Si esa es la jugada, si contra el sentir general, el mismo sentir general que consideraba imposible que se llegase a una situación como la presente, la jugada es aguantar a los periféricos exigiendo austeridades suicidas a cambio de la cartilla de racionamiento hasta que llegue el momento de que los fuertes suelten amarras, casi mejor dar un manotazo al tablero ahora, ¿no?
Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.
]]>Unos días más y acabarán no sólo las ampulosidades de mitin, las consignas y los insultos groseros, sino también los esfuerzos inútiles de los comentaristas de guardia, conducentes a la orteguiana melancolía que le invade a uno últimamente.
Este año ha sido Camacho el que ha hecho fortuna con su creciente “impresión de que las campañas van dirigidas a captar el voto de los tontos”. Y detrás, como un sólo hombre, la elite ilustrada, mis muy admirados McCoy y Zarzalejos incluidos, repartiendo quejas entre los fabricantes de campañas, que nos toman por tontos, y el deficiente sistema educativo, que nos hace tontos. Defectos técnicos cuasisubsanables con un poco de buena voluntad política.
Puse miren, como que no. Desgraciadamente, lo que se toman como males son en realidad síntomas de un mal mayor, que no es cuestión (sólo) de reformas escolares.
No se me ocurriría decir que la democracia no es para todo el mundo, pero no me privaré de afirmar que a unos pueblos le sienta mejor que a otros. Ayuda mucho, por ejemplo, haber pasado el sarampión liberal, decapitación de rey incluida (no vamos a empezar ahora nosotros, con lo pachucho que tenemos al nuestro, pobrecito mío), haber desarrollado el sentido de comunidad en derechos y deberes, haber escrito el contrato histórico con aquéllos que se supone son representantes de la voluntad y gestores de los recursos de todos. Cuando se llega al sufragio universal de manera gradual, desde el convencimiento de que cada ciudadano es responsable del mantenimiento del bien común, y eso incluye lo pequeño y lo grande, no hay lugar (sólo) para campañas para tontos. El ciudadano de verdad se involucra más allá de salir a gritar a la calle, de sentirse bien por sentirse masa. El ciudadano de verdad se preocupa de cumplir con su deber individual para con el resto, y lo hace privilegiando el debate sobre el grito, lo que requiere no de una esmerada educación ni de tres sobresalientes en Educación para la Ciudadanía. Requiere de voluntad de compromiso y de generosidad inteligente, de emplear el tiempo necesario para informarse, evaluar y decidir con fundamento.
Un pueblo de ciudadanos convierte los programas electorales en best-sellers, pero exige su cumplimiento. Permite que los mejores, los más inteligentes y formados, lo representen, pero sólo si están dispuestos a adherirse a códigos de conducta que incluye no caer en vicios privados que pueden ser signo de inconfesables vicios públicos. En cambio, un pueblo de súbditos a los que el voto les ha pillado mayorcitos como país, desconfía por sistema de la autoridad y aspira ver en puestos de poder a personajes mediocres, en la creencia errónea de que la medianía será menos dañina para sus intereses individuales. Un pueblo de súbditos desprecia la inteligencia y la educación como armas de opresión al servicio del poderoso. Entre los súbditos reina la desconfianza hacia el prójimo, y esa desconfianza hace que no haya bien común que valga. Se defienden las lindes con escopeta y de entre lo no vallado, lo que no me lleve yo se lo llevará aquel. Y, naturalmente, ni el súbdito se preocupa de un programa cuya lectura supondría la donación de horas y análisis a la comunidad ni el aspirante a poderoso se cree en la obligación de cumplirlo.
¿Vuelta al dictado de uno sobre los demás? No, válgame Dios; pero convendría dejarse de arbitrismos en los medios, de planes grandilocuentes de reforma colectiva, y pensar y hacer pensar en cambios individuales, sabiendo que cualquier transformación no cosmética va para muy, muy largo. O, si no, dedicarse a tareas menos melancogénicas.
Buena semana a todos, y que su equipo gane en el partido del siglo de las municipales y autonómicas. Que ganará., que aquí todo el mundo gana. Y todos perdemos. Con regularidad.
]]>Muchos se quejaron de las dificultades que la situación macro planteaba para lograr una diversificación medianamente aceptable. Hasta que llegó el tío Ben con la máquina de hacer billetes, los quejosos se montaron en la ola y se pusieron a ganar dinero a espuertas. Ahí se acabaron las quejas, pero eso, como decía el Moustache de Wilder, “es otra historia”.
El caso es que hay correlaciones que matan y otras, por el contrario, que vivifican y que más vale que no desaparezcan, por el bien de los mercados. La correlación entre los valores financieros y el mercado bursátil en general es un buen ejemplo de estas últimas. Lo que a muchos hizo perder sueño, dinero y esperanzas fue la herida que la sobretitulación y la alegría crediticia hicieron en los balances bancarios.
De hecho, y me centro en los EE.UU., el tarantantán con el iceberg pilló a las empresas (con infames excepciones) escarmentadas tras la explosión de la burbuja puntocom a principios de milenio, es decir, con una posición financiera sólida y con capacidad para aprovechar la crisis para adelgazar estructura y mejorar márgenes. El objetivo era pues, apuntalar el sector financiero vía talfs, tarps, qe y lo que hicera falta.
Es decir, que llevamos tres años instalados en “lo que es bueno para Morgan es bueno para América”. Por eso, hasta que el paciente pueda caminar por su propio pie, tranquiliza el alto grado de correlación exhibido por valores financieros y mercado en general. Por eso, por eso mismo, intranquiliza encontrarse con un gráfico como este:
Como de costumbre, hay todo un surtido de explicaciones para el desacoplamiento observado en los últimos meses. Los más optimistas apuntan a una normalización de un mercado capaz de discernir entre lo más sano y lo no ya no moribundo, sobre todo si uno se fija en la incapacidad del sector financiero para, contrastando con una buena parte del resto de sectores, despertar el apetito inversor a base de sorprender con beneficios superiores a las previsiones, que es lo se lleva esta temporada. En fin, puede ser.
No es la primera vez que se produce un bajón en el coeficiente de correlación entre mercado y valores financieros. La última, sin ir más lejos, a finales de 2009, y entonces también hubo quien pensó que pintaban bastos. Ahora bien, basta mirar el asunto con cierta perspectiva para, al menos, ponerse en guardia. Y es que, desde el tropezón, y salvo esa única excepción, coeficientes de correlación por debajo de 0,6 no han traído nada bueno.
Estos indicadores ad-hoc que uno se saca de la manga valen para lo que valen (a menudo para nada), pero con un mercado extendido, burbujeos por doquier, desde la vivienda china hasta las redes sociales, y una economía real que no acaba de despegar (atentos a lo que hay detrás de las “buenas” cifras de desempleo americano), no es cuestión de echar señales en saco roto.
Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.
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Sólo medianamente defendible. Dejemos de lado los efectos colaterales, planes fiscales incluidos, del mal hacer bancario. Consideremos sólo lo que ha habido que hacer para aguantar los tipos y poder comprarse esos activos que nadie quería comprar y, dentro de lo que ha habido que hacer, la ingente cantidad de dinero que ha tenido que crear el acomodaticio Bernanke. Y es que, desde la compra de participaciones en Citi y su reciente venta han pasado dos años y medio y más de dos billones de “nuevos” dólares en el balance de la Fed. O sea, que además de los 45.000 millones puestos en Citigroup, hay un sobreprecio en forma de depreciación del dólar. Pensemos en términos dorados. En aquellos días de compra el oro cotizaba entre 800 y 900 dólares. 45.000 millones en oro (un oro que, además de cierto burbujeo, refleja sobre todo el envilecimiento de la moneda) serían hoy unos 80.000 millones. De beneficio real, pues, nada de nada.
Ojo, no estoy poniendo en duda el programa de compras del Tesoro y de la Fed (que podría, pero cada día tiene su afán). Con un poquito de buena voluntad, podemos tomar la crisis bancaria como crisis exclusivamente de liquidez. Podemos aceptar que el problema es el círculo vicioso que se produce al mermarse los recursos propios por culpa de la pérdida de valor de los activos y al tener que adecuar los ratios vendiendo más activos, lo cual, en un entorno en el que todos necesitan hacer lo mismo y en el que al mismo tiempo disminuye la participación de posibles compradores en el mercado, produce caídas adicionales en los precios que traen mermas adicionales en los recursos propios, más ventas, menores precios, más mermas y así hasta la insolvencia. Podemos obviar los riesgos morales que esa estrategia de “comprador de último recurso” entraña. Podemos aplaudir tímidamente la cuadratura semivirtuosa del círculo vicioso, pero que no traten de vendernos que además es un buen negocio. Y menos en casa.
Nuestro Presidente, que ha cogido aire, anda por ahí pavoneándose. Además de echarle la culpa del paro al empedrado, se jacta de haberle sacado 3.000 millones de euros a las ayudas bancarias. En honor a la verdad, no es el único en Europa. También los franceses van por ahí exhibiendo lo bien que salen en tablas como esta:
Fuente: Les Echos
Sí, sí, ya sé que no son 3.000 millones, sino 1.400, pero es ya sabemos que el presi es dado a la exageración. En cualquier caso, está bien figurar en lo alto de una tabla, para variar.
Hasta que uno acude a la fuente, cosa que recomiendo hacer, y se fija en el aumento en las partidas de balance y, sobre todo, en los pasivos contingentes. 25.000 millones nuevos en balance, 60.000 contingentes, expresión de lo que no es sino una socialización del riesgo, el riesgo de un golpe financiero como el irlandés, contingencias que se tornan en penosas realidades y que le ponen a uno a la izquierda de la tabla antes de lo que se tarda en decir “championsleaguedelaeconomía”.
A más rentabilidad, más riesgo. Sabemos el diferencial que nos estamos llevando, pero ¿sabemos también el coste que ese deterioro en la solidez patrimonial nos está suponiendo? ¿Cuántos ha elevado la gracia el tipo al que tenemos que refinanciar nuestra deuda? Por hacernos una idea, ochenta puntos básicos sobre el montante previsto de financiación anual son 1.400 millones de sobrecoste, el montante del supuesto beneficio obtenido en estos tres últimos años. Miren el antes y el después de este desaguisado y hagan cuentas.
En fin, a ver si de una vez empezamos a tener alguna noticia positiva que echarnos al coleto. Aunque sólo sea para quitarnos de encima esta agobiante propaganda económica.
Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.
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A partir del segundo semestre de este año, aquellos contribuyentes que ganen menos del equivalente a 310 euros mensuales no tendrán que declarar. Eso supone 50 millones menos de paganos, una medida espectacular que se combina con las promesas de subidas de sueldos mínimos, y con el aumento de 70 millones en aquellos de entre los más pobres que reciben asistencia pública.
Este despliegue fiscal viene motivado por el deseo manifestado por los mandamases chinos de acortar la escandalosa brecha en la riqueza de las distintas capas de la población de un país en teoría aún comunista. Y es que crecer desaforadamente durante décadas tiene su precio, sea en forma de un sector bancario en la sombra difícilmente manejable o de unas desigualdades sociales indignas.
El PIB per capita chino ha estado creciendo a un increíble 8,5% anual durante los últimos veinte años. Lo ha hecho gracias, entre otras cosas, a políticas industriales que favorecen al segmento urbano frente al rural y a una manga muy, muy ancha, con una naciente élite empresarial a la que se ha permitido enriquecerse sin tasa (hasta el punto de que un 1% de los hogares chinos acumulan la mitad de la renta disponible del total de los hogares). El resultado es que China no sólo se ha encaramado a lo más alto de los rankings de producción económica; también lo ha hecho al de los índices más altos de disparidad económica. Así, su coeficiente de Gini es de 47, muy por encima de los otros dos gigantes de la exportación, Alemania (28) y Japón (25), que presumen precisamente del esfuerzo y el beneficio colectivo como secreto de su éxito de posguerra. Incluso supera al gran ejemplo de país capitalista, al que siempre se le reprochó desde terreno rojo el haber fundado la prosperidad de algunos en el sufrimiento de muchos (EE.UU., coeficiente de Gini: 45), con el añadido de que las disparidades interregionales en el caso chino son mucho más marcadas que en el estadounidense, el cual, además, puede presentar un expediente de movilidad entre capas sociales no impoluto, pero sí bastante más limpio que el de los chinos.
En favor de la deliberada política asimétrica china se presenta la teoría de que el crecimiento económico es “una marea creciente que levanta todos los barcos”. Sirve para explicar cómo China ha sido capaz de reducir en 700 millones el número de personas en situación de extrema pobreza durante el último cuarto de siglo, un periodo en el que el resto del mundo ha visto la cifra aumentar en 200 millones. Por otra parte, el crecimiento desigual no es un fenómeno aislado. La inmensa mayoría de los países asiáticos ha seguido esta receta. Las grandes excepciones son Malasia, Tailandia e Indonesia, los más tocados por la crisis del 97. De hecho, dos ejemplos de éxito (Singapur y Hong-Kong) copan los primeros puestos entre los países ricos con mayores desigualdades (acépteseme a mí y a Business Week Hong-Kong como país). Ahora bien, lo que funciona para una ciudad-estado regida con mano de hierro puede no hacerlo tanto para un continente diverso que, según algunos pensadores locales, correría el riesgo de que las desigualdades regionales abriesen un proceso de centrifugado a la yugoslava.
Al final, el reto de reducir las desigualdades económicas sin matar el crecimiento será otra de las facetas de éste, el mayor experimento económico del último siglo. Por la cuenta que nos trae, esperemos que acabe bien. Mientras, no perdamos de vista las iniciativas fiscales de los chinos.
Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.
]]>Y es que el banquero central actúa no sobre la realidad económica presente, sino sobre las expectativas de los agentes sobre la realidad futura. Esas expectativas están hechas, como el Halcón Maltés, del material con el que se forjan los sueños y son las que condicionan el comportamiento de los agentes hoy. No le ayuda nada a uno a la hora de plantearse escenarios futuros desconocer los designios del señor de los dineros. Tampoco ayuda a fiarse del banco central cuando medio comunica lo poco que comunica en forma de objetivo de inflación, por ejemplo. ¿Por qué no habríamos de pensar que ese objetivo será abandonado un minuto después de que lo incorporemos a nuestro proceso de toma de decisiones?
El ejemplo más palmario del desvarío de la política de no-comunicación, no-compromiso de los bancos centrales fue la terrible estanflación de los 70, resultado, entre otras cosas, de los espabilados que pensaron que podrían lograr un crecimiento sostenido a niveles tolerables de inflación mediante el tradicional juego de sombras chinescas. Después llego el tío Volcker con las rebajas, y después maese Greenspan, con una nueva manera de entender la comunicación.
Envuelto en la teoría de las expectativas racionales, Greenspan, y con él una generación de banqueros centrales, decidieron aplicar su propia glasnost, abrieron ventanas, ganaron en independencia y en credibilidad a la hora de fijar sus objetivos. En términos de comunicación, se ganó tremendamente en claridad, aunque no del todo. Aún quedaba sitio para combinar la transparencia en la comunicación de objetivos de inflación con la opacidad en asuntos relacionados con crecimientos potenciales. Un compromiso razonable que requería una absoluta precisión semántica.
Más allá de si las políticas fueron en sí o no acertadas, hay que reconocerle a Greenspan su insuperable habilidad a la hora de decir sin decir. Famosa es su frase “Desde que me he convertido en banquero central, he aprendido a mascullar con gran incoherencia. Si le parezco demasiado claro, usted debe de haber malinterpretado lo que dije”.
Bernanke ha llegado aún más lejos en ese afán de transparencia y, hasta ahora, no le ha ido mal. La transmisión de visión económica y política monetaria ha sido modélica en estos tiempos particularmente difíciles. Sin embargo, muchos se preguntan si en esto de la transparencia informativa no se estará pasando este hombre de frenada; sobre todo después del anuncio de que piensa dar ruedas de prensa después de las reuniones del Comité de Mercado Abierto de la Reserva Federal.
Es comprensible que Bernanke perciba la necesidad de acercar al público las acciones de un órgano no elegido democráticamente y permanentemente bajo sospecha. Lo hace regularmente frente a congreso y senado y tuvo que hacerlo en el fragor de la tormenta acudiendo a la televisión para ser entrevistado en 60 Minutes. Además, otros banqueros dan ruedas de prensa y no se hunde el mundo. Lo que sorprende es el extraño momento elegido. Andamos debatiendo si habrá o no QEIII, si es hora de que la Fed desmonte la estructura que ha soportado al mercado hasta ahora, lo que hace que la reunión de finales de abril sea crucial y Bernanke va a exponerse a una rueda de prensa, ni más ni menos.
En fin, esperemos que tenga más reflejos que Dudley, el presidente de la Fed de Nueva York, quien en una de estas sesiones públicas de preguntas y respuestas dio la medida de su desconexión con el americano de a pie al contrarrestar la penosa subida de los precios de los alimentos con la bajada en los de los ipads como evidencia de una inflación controlada, para indignación de propios y risión de extraños. No es probable una metedura de pata de ese calibre por parte de alguien con el temple de Bernanke, pero nunca se sabe. El tema es espinoso y el momento delicado. No son pocos quienes anticipan un gran aumento de la volatilidad e incluso el descarrilamiento del mercado alcista a cuenta de la brillante idea de Bernanke. Veremos.
Buena Semana Santa a todos, y tengan cuidado ahí fuera.
]]>En cualquier caso, parece que estamos de celebración, con el pasaje de lo más alborozado. Tal vez por eso, por haber pasado tanto miedo y merecerse el personal risa nerviosa, abrazo y palmadita en la espalda, nadie se haya acercado al panel de mandos para comprobar si, supuestamente desbombados, tenemos el suficiente combustible como para llegar al aeropuerto más cercano. Y es que el asunto no es sólo apañar cuatro cajas de ahorros para evitar un rescate instantáneo. Tan importante como eso, o más (que se lo digan a los irlandeses), es cómo vamos a arreglárnoslas para crecer lo suficiente como para pagar nuestras deudas, con o sin rescate.
Aquí juega un papel importante la capacidad de ahorro. Tan importante que sorprende que no haya tenido más repercusión la sensible bajada de la tasa de ahorro durante este último año. Tal vez sea porque a los más pensantes del Gobierno les parece una buena noticia.
Anticipándose a ella, José Manuel Campa invitaba a rebajar la tasa de ahorro para estimular el crecimiento económico. A más consumo, más PIB (medio punto porcentual más por cada dos puntos de rebaja en la tasa de ahorro). Campa alegaba que “rebajar la tasa de ahorro se consigue dando confianza a las familias y para ello es clave estabilizar la situación económica y aplicar con eficacia las reforma”. Así pues, un menor ahorro es un éxito más que apuntar en el haber de los TEDAX económicos que nos gobiernan.
Me gustaría comprar la mercancía del señor Campa. Para ello tendría que estar convencido de dos cosas. Para empezar, tendría que creer que no ahorra quien quiere, sino quien puede. Desgraciadamente, la capacidad de ahorro de la porción menos pudiente tiene que ver con su renta disponible, y cuando uno pasa a moverse cerca del nivel de subsistencia, dejando de ingresar la parte de renta sobre la que era posible el ahorro, la tasa baja. Para mal.
Por otra parte, las palabras de Campa parecen implicar que el único motivo de ahorro de los españoles deba ser el de cubrirse ante el incremento de la incertidumbre sobre la percepción futura de rentas derivado de la difícil situación en la que se encuentra el país. Sin embargo, la principal función del ahorro es minimizar la amplitud de picos y valles de consumo en el tiempo. Así, por mucho que se estabilice la economía y se apliquen las reformas, todos sabemos que de ésta saldremos con un déficit gigante que enjugar, mayores deudas que pagar y con la avería provocada en el motor económico español por un ladrillazo histórico. Así pues, parecería sensato apostar por un saneamiento a futuro, individual y colectivo, que incluya una tasa relativamente alta de ahorro.
Por último, en términos de las relaciones con quienes nos rodean y de la necesidad mil veces expresada de que sólo conseguiremos una situación estable dentro de la unión cambiaria a la que estamos adheridos si corregimos los desequilibrios que nos han llevado hasta aquí, en lugar de apostar por el consumo a corto plazo deberíamos estar proponiéndonos la reversión del saldo exterior deficitario. Y sí, mejor educación y énfasis en I+D, pero ¿hay algo que pueda hacerse a más corto plazo, no sea que para cuando estemos supervitaminados y mineralizados esto sea un erial? A lo mejor hay que jugar a estrechar el diferencial con Alemania en tasas de ahorro (las cuales, en tiempos de cuentas públicas hinchadas en medio mundo y de bancos tambaleantes, significan más que nunca tasas de inversión productiva). Bien, pues esta es la situación.
No es un recorrido demasiado alentador, la verdad. Después del susto, volvemos por donde solíamos. Niveles altos de ahorro los nuestros, sí, pero es que los alemanes, aun sin susto, siguen aumentando su tasa de ahorro, tacita a tacita, con lo que hacemos un pan con unas tortas. ¿Es que ellos no tienen un Campa que les incite al consumo mientras el Campa de aquí modera su entusiasmo? Porque, si no, vamos dados. Pero uno no quiere ser aguafiestas. Sigan ustedes de celebración, por favor, que hay que darse estas alegrías de vez en cuando.
Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.
]]>Una de los columnistas a los que sigo con interés es José Antonio Zarzalejos, a veces compartiendo sus argumentos, otras no, pero siempre admirando estilo y talante. En su última columna, Zarzalejos se hace cruces sobre la poca difusión en España de “Inside Job”, documental en el que se rastrean los orígenes de la crisis en la desregulación financiera de los años anteriores. Se pregunta a qué se debe la sordina y no tiene respuestas. Permítanme aventurar una: el personal está hasta las narices.
En un mundo ideal, una crisis semejante habría tenido un efecto catártico en el ciudadano de a pie que no participó en los burbujeos, un efecto de purificación de sus bajas pasiones financieras tras presenciar el castigo a las de los que sí se beneficiaron. Para que tal catarsis se hubiera producido, el ciudadano no tendría que haber reclamado el castigo, sino condolerse de los castigados, en un necesario ejercicio de caridad. Pero, quizá, quien pudo imponer castigos no estaba por la labor. Son décadas de depreciación del capital intelectual y moral de las estructuras políticas y administrativas. Quienes debieron enfrentar a los culpables a su culpa ni quisieron (a menudo beneficiarios de los peligrosos inventos de los financieros creativos) ni pudieron (amedrentados por la oscura liturgia de la nueva iglesia de la economía matemática).
Por su parte, los responsables del desaguisado son incapaces de percibir su propia culpa. Hay golpecitos de pecho estratégicos, pero nada más. La Fukushima financiera se trata como un problema estrictamente técnico, de mala calibración de los modelos. Y no es una cuestión de mala fe. Banqueros, economistas y reguladores están convencidos de la necesidad de pasar por encima de cualquier consideración de riesgo moral y de libertad de mercado, igual que antaño lo estuvieron de la insensata hipótesis de las expectativas racionales y de la concepción del mercado como mecanismo económico de relojería (si no, ¿cómo es que los mismos bancos que titulizaban hipotecas subprime fueron víctimas de su caída al mantener grandes posiciones de esos instrumentos en sus balances?)
Hace unos días tenía la oportunidad de escuchar al responsable en el Banco de Inglaterra del programa de compra de activos (equivalente al quantitative easing de la Fed). Enfrente tenía a una de las grandes autoridades en modelización de las fricciones financieras. Cuando el regulador se jactaba de haber forzado a los inversores a abrazar activos de riesgo al reducir los tipos de interés reales, en una manipulación de precios destinada a penalizar precisamente a quien demostró mayor virtud durante los años previos a la crisis (quien ahorró) para beneficiar al pecador (quien se pasó pidiendo prestado), el insigne profesor asentía. Y ninguno de los estudiantes de economía de universidad de relumbrón que los escuchaba puso un pero. Habría resultado ridículo o, aún peor, blasfemo. No hay ética en la microeconomía, sólo maximización de funciones de utilidad, engendros matemáticos convenientes pero aterradoramente simplistas sobre los que se construye el sistema, en lo que es un problema de base antropológica de primera magnitud.
Impermeables los economistas y oportunistas los políticos, el ciudadano, con mayor sentido común que aquéllos, intuye que sólo una reparación moral evitará un nuevo “accidente” en el futuro. Entretiene la espera escuchando con estupor los planes de quienes fueron, en teoría, elegidos para defender sus intereses, y leyendo cada vez con más desgana las jeremiadas de agitadores apocalípticos que excitan las bajas pasiones (¡venganza, venganza!) del lector. Sí, también hay alguno de estos en El Confidencial.
Y llega un momento en que el ciudadano se cansa. Deja de escuchar, de leer y de ver documentales que le cuentan lo que ya sabe, y se debate entre dejarse llevar, subirse al carro de los pecadores o liarse a patadas con el mobiliario.
¿Algún filósofo de la economía en la sala? ¿Algún filósofo moral? ¿Algún antropólogo? Hablen más alto, que hay demasiado ruido y no se les oye. Y no queda mucho tiempo.
Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.
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